martes, 18 de septiembre de 2012

Fuácata, Ed. Terracota.

Palabras como golpes. Fuácata.


Por J. Amada Hernández Velázquez


No vemos jamás las cosas tal cual son, las vemos tal cual somos.
Anaïs Nin

Cuando hablamos de realidad, nos limitamos siempre, a nuestros alcances. Acercarnos a través de una noticia, una imagen o un comentario a un hecho, sólo amplía nuestra visión, más nunca nos sitúa dentro de esa realidad. Y afirmo lo anterior, porque los medios de comunicación nos quieren convencer de lo contrario; no subestimo el trabajo de quienes arriesgan su vida por vanidad o por sacrificio, sin embargo, si nos sorprende, nos emociona o nos indigna algo, siempre pasará al apagar el televisor o pasar la página en el diario; y volveremos a recordarlo sólo ante la necesidad.

La realidad sólo le pertenece al ciudadano que la construye; digo ciudadano con el simple afán de apegarme a la referencia más práctica que encuentro, y en ésta ocasión y pese a que estoy convencida que las divisiones, en cualquier aspecto cumplen con su esencial motivo y únicamente con éste: separar. Lo dejo así.


Y, sin embargo, cuando hablamos del arte, hablamos de un pedazo de realidad; porque el arte transgrede el tiempo y el espacio y cualquier frontera. Porque quién mejor que el artista para enseñarnos a padecer, a soslayar un golpe o caminar dejando en la acera de enfrente la presunción o la apariencia. De ahí la superioridad del arte. Sus alcances. Nada podrá sustituir ese calambre que se nos mueve en la cabeza para regresarnos el asombro. Nada alejará la pluma que nos acaricia el cuerpo después de acercarnos a una obra.


Y, es aquí, donde encontramos a Fuácata, una novela que nos pincha el espíritu; y como el artista es también universal (como su obra), nos encuentra a la vuelta de la esquina en los lugares más ajenos a nuestra realidad. Porque, el artista sabe, que en los rincones todos somos iguales.


Es por la rendija de la puerta de la amargura y el reclamo que entra Raúl Ortega Alfonso, y nos revienta la burbuja de lo cruel para que podamos oler la derrota y el derrumbamiento que no se ven en las postales de Cuba.


A pesar de que los gritos del tiempo siempre se escuchan, y de que esa realidad, su realidad, siempre le da un coletazo para recordarle su presencia, nadie, sino el cubano sabe que no ha sido suficiente, que nada será ya suficiente para el descanso.


Es esa melancolía de su infancia y de su juventud; ese añejo espejo de la memoria sobre el que todos reposamos, el que a ellos les han robado. Raúl reclama su ausencia, y se sienta entre la arena de las sombras para saborear lo inverosímil, lo oscuro.


Y como a todo lo que no se tuvo o se tuvo poco, se le añora con ímpetu; así él se cuelga del cuello de las promesas agrias, de lo imposible.


De pronto se podría creer que cayó en la tentación absoluta de la ficción, o que describe a alguna de esas tribus que viven aisladas y nadie ha podido nunca ver. Realidad. Nada es más increíble que el pez de la realidad husmeando en el vientre del tiempo.


Raúl nos adentra a una Cuba presentida pero insospechada. A una Cuba que se fermenta junto a la caña del ron Havana Club; nos sitúa en el palco donde habrá de continuar la caída. Los brazos del fracaso y la carencia nos dejan el sabor de un paisaje caribeño muy diferente al que pudiera sugerir una isla. La lucha por sobrevivir en un lugar inhóspito y abandonado. Y ante todo, la lucha de un pueblo por no dejarse caer.


Raúl arropa en su saliva, una voz que no deja de sorprender, que se vuelve eco, que cabalga entre sus fantasmas y sus obsesiones, que jamás deja de ser un tributo al dios de la espera.


Y dentro de todo, la celebración a lo que nos podría salvar. Al lazo con lo que nos hace carne (aunque no se tengan muchos motivos para sobrevivir). A la mujer. El homenaje perenne a la poesía y al lenguaje. A la mirada inmortal del encuentro. Y al hambre de lo que no hemos visto pero intuimos en el fondo del mar, y que si surgiera y flotara, nos salvaría.


J. Amada Hernández Velázquez (Tamaulipas, México, 1984). Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Autónoma de Tamaulipas. Sus poemas han aparecido en revistas y publicaciones electrónicas literarias de España y Estados Unidos; y sus reportajes en diferentes revistas de México.

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