miércoles, 19 de septiembre de 2012

Presentación de Fuácata



Jueves 27 de septiembre 19:00 hrs.
Gandhi, Miguel Ángel de Quevedo 121,
Col. Hacienda de Guadalupe, Chimalistac,
México, D.F.

martes, 18 de septiembre de 2012

Fuácata, Ed. Terracota.

Palabras como golpes. Fuácata.


Por J. Amada Hernández Velázquez


No vemos jamás las cosas tal cual son, las vemos tal cual somos.
Anaïs Nin

Cuando hablamos de realidad, nos limitamos siempre, a nuestros alcances. Acercarnos a través de una noticia, una imagen o un comentario a un hecho, sólo amplía nuestra visión, más nunca nos sitúa dentro de esa realidad. Y afirmo lo anterior, porque los medios de comunicación nos quieren convencer de lo contrario; no subestimo el trabajo de quienes arriesgan su vida por vanidad o por sacrificio, sin embargo, si nos sorprende, nos emociona o nos indigna algo, siempre pasará al apagar el televisor o pasar la página en el diario; y volveremos a recordarlo sólo ante la necesidad.

La realidad sólo le pertenece al ciudadano que la construye; digo ciudadano con el simple afán de apegarme a la referencia más práctica que encuentro, y en ésta ocasión y pese a que estoy convencida que las divisiones, en cualquier aspecto cumplen con su esencial motivo y únicamente con éste: separar. Lo dejo así.


Y, sin embargo, cuando hablamos del arte, hablamos de un pedazo de realidad; porque el arte transgrede el tiempo y el espacio y cualquier frontera. Porque quién mejor que el artista para enseñarnos a padecer, a soslayar un golpe o caminar dejando en la acera de enfrente la presunción o la apariencia. De ahí la superioridad del arte. Sus alcances. Nada podrá sustituir ese calambre que se nos mueve en la cabeza para regresarnos el asombro. Nada alejará la pluma que nos acaricia el cuerpo después de acercarnos a una obra.


Y, es aquí, donde encontramos a Fuácata, una novela que nos pincha el espíritu; y como el artista es también universal (como su obra), nos encuentra a la vuelta de la esquina en los lugares más ajenos a nuestra realidad. Porque, el artista sabe, que en los rincones todos somos iguales.


Es por la rendija de la puerta de la amargura y el reclamo que entra Raúl Ortega Alfonso, y nos revienta la burbuja de lo cruel para que podamos oler la derrota y el derrumbamiento que no se ven en las postales de Cuba.


A pesar de que los gritos del tiempo siempre se escuchan, y de que esa realidad, su realidad, siempre le da un coletazo para recordarle su presencia, nadie, sino el cubano sabe que no ha sido suficiente, que nada será ya suficiente para el descanso.


Es esa melancolía de su infancia y de su juventud; ese añejo espejo de la memoria sobre el que todos reposamos, el que a ellos les han robado. Raúl reclama su ausencia, y se sienta entre la arena de las sombras para saborear lo inverosímil, lo oscuro.


Y como a todo lo que no se tuvo o se tuvo poco, se le añora con ímpetu; así él se cuelga del cuello de las promesas agrias, de lo imposible.


De pronto se podría creer que cayó en la tentación absoluta de la ficción, o que describe a alguna de esas tribus que viven aisladas y nadie ha podido nunca ver. Realidad. Nada es más increíble que el pez de la realidad husmeando en el vientre del tiempo.


Raúl nos adentra a una Cuba presentida pero insospechada. A una Cuba que se fermenta junto a la caña del ron Havana Club; nos sitúa en el palco donde habrá de continuar la caída. Los brazos del fracaso y la carencia nos dejan el sabor de un paisaje caribeño muy diferente al que pudiera sugerir una isla. La lucha por sobrevivir en un lugar inhóspito y abandonado. Y ante todo, la lucha de un pueblo por no dejarse caer.


Raúl arropa en su saliva, una voz que no deja de sorprender, que se vuelve eco, que cabalga entre sus fantasmas y sus obsesiones, que jamás deja de ser un tributo al dios de la espera.


Y dentro de todo, la celebración a lo que nos podría salvar. Al lazo con lo que nos hace carne (aunque no se tengan muchos motivos para sobrevivir). A la mujer. El homenaje perenne a la poesía y al lenguaje. A la mirada inmortal del encuentro. Y al hambre de lo que no hemos visto pero intuimos en el fondo del mar, y que si surgiera y flotara, nos salvaría.


J. Amada Hernández Velázquez (Tamaulipas, México, 1984). Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Autónoma de Tamaulipas. Sus poemas han aparecido en revistas y publicaciones electrónicas literarias de España y Estados Unidos; y sus reportajes en diferentes revistas de México.

martes, 10 de enero de 2012

En la era del bochorno

Políticos, empresarios, académicos, soplatubos, incluyendo las grandes y también las llamadas editoriales independientes, continúan, se empeñan en su afán de decretar la extinción de la poesía. “Inservible”. “No vende”. Sólo lo vendible se hace visible. Importa. Lo demás, a la mierda. Por supuesto que a pesar de lograrlo, no lo van a lograr. El poeta seguirá siendo el muerto que escupe la paletada de tierra que le echan en la boca. La poesía, una palabra que nadie puede amarrar a la pata de su conveniencia; la barredora necesaria del excremento, el vuelo que lanza el escupitajo sobre la calvicie de la insensibilidad.

Un poema de Mario Santiago Papasquiaro (México, 1953- 1998)

Entró / digamos / de lleno en las espumas del eco
Tengo el corazón despedazado como 1 bisturí
véanmelo / pero no estoy hundido en el miedo
John Berryman

Solitario & desesperado
el pelo seco / el pene tieso
la risa afónica / sin onzas troy las bolsas
la fe de ayer: agua quemada
John Berryman mudo
incomprendido, intraducible & y suicidado
saltó de un puente
se lo tragó la niebla
el mismo enero en el que yo armoniqueaba
el lento ciempiés de mis primeros cantos
Plop plop / felpó un neurótico
cosmonahual de agallas
escribía su inglés pero bufando
Cero imitaciones
Que parodien a las vacas gordas los weight watchers
Este cabrón se la vivió como 1 carbón prendido
cerca del frío que le apretaba el ojo
Ignoro el sueño que se labró despierto
Llamó a esta vida envoltura de sándwich
& se arrojó como vómito
Sin un solo brillo que le calmara
le levantara la triste vista
A la caza quizás de paradojas rotundas
como empujando 1 canoa retacada de pájaros

sábado, 7 de enero de 2012

Poemas de mi libro inédito ¨El caballo no tiene zapatos¨


El caballo no tiene zapatos
           Mira, papá, mira, ¿por qué el caballo no tiene zapatos?
           Bueno… porque es bueno y ayuda a los demás.
           ¿Y por qué tú sí tienes zapatos?
           Porque yo soy un hombre, hija mía, porque yo soy un hombre.
San Luis Potosí, México y agosto y 2011


Paseo I
           En el zoológico de Chapultepec mi hija le hace mueca a uno de lo simios, que apenas, sin moverse, ni siquiera la mira. Y me viene a la mente el mono Pancho, allá en La Habana: cagaba y le tiraba la mierda a la gente que pasaba por delante de su jaula.
           Qué envidia yo sentía: tantos años preso sin atreverme a nada.

Paseo II
           ¿Y ahí qué hay?, me pregunta mi hija cuando pasamos por el cementerio. Es un parque, le digo, donde la gente va a jugar y se queda dormida.
         Ojalá no me pregunte nada cuando pasemos por la iglesia ─de donde sale el canto de los feligreses─ porque no quiero acordarme del cura que abusó de la niña, y después le introdujo una botella de cloro por el ano, para que Dios no encontrara ningún rastro de semen.

Papá
           Soy la hija hidrocefálica de Pablo Neruda. Mi padre, para cantarle al amor, tuvo que abandonarme. Mi padre, para elogiar a Stalin, tuvo que abandonarme.
          Así son los poetas: en nada se diferencian de los hombres.

La fe
           Yo soy el dios de la lombriz que soy.
           La mayoría prefiere al Todopoderoso, a ese que le cambian el nombre según el lugar en donde explote el carro bomba que la obediencia de sus feligreses sitúa casi siempre en una plaza pública.
           Mi dios es muy pequeño; más bien parece un pisotón, un granito de arroz, solitario, inservible, que no alimenta a nadie porque decidió escapar del rebaño. Mi dios es un nudo en la garganta, una tripa que suena; un latido que patea al que tiene delante cuando una mujer le restriega su olor, una muda canción que defiende a mordidas cada hora que no le pertenece.
           Me dan pena los hombres que construyen sus dioses de tiempo y se olvidan del suyo.
México y octubre y 2010